<Secuencia inicial de “A Torinói ló / El caballo de Turín”, Béla Tarr y Ágnes Hranitzky (2011)>
Meses atrás recobrábamos una bellísima secuencia de Satantango, del director húngaro Béla Tarr (1955). Para quienes la recuerdan era un interminable plano secuencia de una niña que avanzaba por un camino con su gato muerto. Esos largos travellings a los que Tarr nos tiene acostumbrados, su impecable fotografía en blanco y negro, el tiempo contenido de sus escenas, la pesadez de las atmósferas y el peso existencial que gravita en la cada una de sus planificadísimas secuencias conforman el sello de un autor prodigioso, un cineasta a quien Susan Sontag consideraba uno de los pocos salvadores del cine moderno.
En esa misma línea Tarr nos deja una de las secuencias más memorables del cine contemporáneo, la secuencia inicial de “El Caballo de Turín”, película a la que definió como su testamento fílmico. En ella, Béla Tarr se plantea una historia hipotética que toma como base, o excusa, una vivencia narrada por Friedrich Nietzsche en la que el filósofo alemán ve un cochero golpeando con el látigo a su caballo que se rehusa a moverse. Nietzsche, impresionado por la brutalidad del acto humano, reduce al cochero y sollozando se abraza al caballo. Esta anécdota es el prólogo de la película y la premisa del film ¿qué ocurrió con ese caballo? Tarr estrenó A Torinói ló en la Berlinale del 2011 y se alzó con el Gran Premio del jurado y el premio Internacional de la crítica Fipresci.
Con la exquisita fotografía de Fred Kelemen, otro gran Director del cine Alemán, y codirigida junto a su editora y esposa Ágnes Hranitzky, este monumental arranque de una de las películas más crípticas y potentes de los últimos años.