victor kossakovskyVer un film de Viktor Kossakovsky (Rusia, 1961) es viajar con la confianza fundada en la recompensa siempre fértil de la incertidumbre. Este magnífico cineasta ruso compartió generación con Sokurov en la misma escuela de Tarkovsky, pero a diferencia de esos otros maestros, y harto de ser desoído por la voz oficial del cine post soviético, decidió experimentar su camino en solitario sin importarle los presupuestos ni los formatos, tan sólo con la apremiante necesidad de hurgar con una cámara en la belleza oculta entre el azar y el espíritu humano. En su cine prevalece tal respeto al individuo y a su circunstancia, que se podría hablar de devoción más que de vocación. El siguiente es uno de tantos ejemplos.

Esta es la historia de Pavel y Lyalya, una pareja de inmigrantes rusos viviendo en Jerusalén. Él tiene una enfermedad terminal que lo lleva a estar postrado en su silla de ruedas y ella, su esposa, es su enfermera y soporte emocional a tiempo completo. El Amor que ella profesa por él está explícito en cada mínimo acto de sus vidas. Pero Lyalya es un ser con su propia estructura emocional y como tal con una limitada fortaleza espiritual, necesita ser oída y reconfortada por alguien más. Entonces Lyalya usa su cocina como confesionario y, en los escasos momentos de descanso, acude a desnudar su cansada y dolorida alma, y lo hace en frente de cámara. Detrás esta cámara está Kossakovsky esperándola. Maestro en plantear puestas en escena de una sensibilidad y belleza abrumadoras —hablaremos de Sviato próximamente— Kossakovsky recibe el envite de la tragedia de Lyalya al otro lado del lente e intenta, en un primer momento, escudarse tras su herramienta, pero la lanza que ensarta a esos dos seres humanos es demasiado afilada y consigue abrir sus corazones a un lado y otro de la cámara, enfrente y detrás de la pantalla —el motor de la cámara y el llanto de ambos quedan registrados en la banda sonora—, dejando al descubierto el sentimiento que los une: la insondable nostalgia del pueblo ruso por su tierra.

Forzar el mecanismo hasta esos límites ya es bastante, pero para Kossakovski no es suficiente. Decide ahogar la voz de Lyalya en las notas de un Aria, sacudiendo así los cimientos emocionales de la secuencia. Kossakovski toma una decisión, apuesta y se arriesga ahí donde a casi todos nos temblaría el pulso. Usa la música para proferir dignidad, pues el director entiende que la palabra verbal se agota en lo explícito, tapándonos los oídos a la grandeza implícita en toda supervivencia. Toma distancia, vuela brevemente sobre el rostro de Lyalya y nos la muestra ya no detrás de la pantalla sino dentro de ella misma, en su miseria y en su belleza. La música transforma la tragedia en un manto que cubre con pudor las heridas expuestas por el aparato artístico, y sólo a través de ese paño se nos devela la grandeza de ese amor que lucha por sobrevivir entre estos dos ancianos.

La letra de esa pieza musical dice algo como esto:

“La virgen se quedó en silencio, amaba su sueño de luz,
entonces derramó lagrimas silenciosas, y sonrió.
Derramó lagrimas silenciosas, y sonrió.”

“Pavel y Lyalya” es el primero de los tres relatos que conforman “I Loved You…” (2003), un film inspirado en el poema homónimo de Pushkin y cuyo acceso en formato digital es muy difícil, lamentablemente sólo dispongo de una copia en ruso con subtítulos en alemán, de este material se ha extraído la secuencia mencionada.

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