En 1940 John Steinbeck (EUA, 1902) recibía el premio Pulitzer por la que es quizá su novela más conocida “The Grapes of Wrath” (“Las uvas de la ira”, 1939). Ese mismo año, otro John de apellido Ford, rodaba la película homónima basada en los dignísimos personajes creados por Steinbeck. El escritor (que luego escribiría otros clásicos modernos como “Al este del Edén” y “De ratones y hombres” y que consiguió el Nobel de Literatura en 1962) había escrito, ya en el 36, siete artículos para The San Francisco News que trataban y retrataban el mismo tema y personajes: el éxodo de granjeros arruinados que tuvieron que migrar del Medio Oeste estadounidense a las fértiles tierras californianas en busca de mejores condiciones de vida, luego de que una sequía de proporciones bíblicas, una crisis económica sin precedentes y la actitud indolente y voraz de terratenientes y bancos les expropiaran las tierras donde habían nacido y se habían asentado. Esos siete relatos periodísticos se llamaron “Los vagabundos de la cosecha” y para ilustrarlos Steinbeck se valió del documento gráfico que la fotógrafa estadounidense Dorothea Lange (EUA, 1895) realizó durante la gran depresión de Estados Unidos después del Crack de 1929.

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Steinbeck, quien en su niñez había trabajado en los campos de cultivo, conoció en persona a muchos de los Okies, como se llamaba a los emigrantes provenientes principalmente de los estados de Oklahoma, Kansas y Texas. Los artículos para el periódico sirvieron a John Steinbeck de documento vivencial para la conformación literaria de “Las uvas de la ira”, en la misma medida que las fotografías de Dorothea Lange (contratada especialmente por una agencia del Gobierno para retratar el éxodo en la Gran Depresión) sirvieron de referencia visual para la concepción cinematográfica de la película de John Ford, y más específicamente para el fabuloso trabajo de su director de fotografía, el genial Gregg Toland.
Lange desde la fotografía, Steinbeck desde la literatura y Ford desde el cine dejaron testimonio de un durísimo proceso social, económico y político de la historia de Estados Unidos: La crisis, la depresión, el expolio, la migración, los asentamientos y la refundación de una nación que se debió reinventar, fue la materia sensible de las obras de estos artistas comprometidos con su tiempo, artistas que nunca se arredraron a mostrar los otros rostros míseros de un país que, en aquellos tiempos, censuraba duramente la forma de expresión llamada Realismo Social.

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Esos hombres y mujeres anónimos en las fotografías de Dorothea Lange, y que en las obras de Steinbeck y Ford se llaman Tom (Henry Fonda) y Ma Joad (Jane Darwell), no pertenecen a su tiempo, son atemporales y los vemos hoy, en los incesantes éxodos migratorios que se suceden en todo el mundo, soportando las mismas condiciones de expropiación y desahucio, regidos por las mismas reglas de injusticia social y desbalance económico, atravesando las mismas rutas de la muerte y en las mismas circunstancias infrahumanas de subsistencia. Estos Okies modernos que continúan erráticos en busca de la tierra prometida siguen siendo el rostro mísero de nuestro tiempo, un rostro que lleva impresa la dignidad, el orgullo y el tesón del espíritu humano, materia sensible que todo artista comprometido debería contemplar en la elaboración de su obra.

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