A propósito de este San Valentín quisiera empezar este espacio con una secuencia de AMOR, una coincidencia no grata en una fecha tan propicia. Para todos los que se sienten movidos por ese sentimiento aquí les va la peculiar visión de Buñuel sobre el amor y el deseo.
Aunque no lo parezca Buñuel (España 1900) está haciendo política aún ahí, es más, está despolitizando algunos de los signos de su tiempo. Y es que «El Fantasma de la Libertad» (1974) es eso: una declaración demoledora de lo políticamente incorrecto. El cineasta aragonés se encuentra en una edad madura para cuando rueda «El Fantasma de la Libertad»; ya ha hecho «La edad de oro», “Las Urdes», “Los olvidados”, «Viridiana», «El ángel exterminador» y «Belle de Jour», ahora se dedica a recopilar —no sus fantasmas y obsesiones surrealistas como se insiste en Wikipedia y muchos libros biográficos—, sino su más afilado y contestatario juicio político sobre una sociedad y un sistema podrido desde sus bases; de la familia a la religión, del sexo al asesinato masivo, de los horrores de la guerra al absurdo de la burguesía, de la política inhumana al cuidadano primitivo, animal. Buñuel es inclemente en esta película, sabe que —desafortunadamente— su tiempo (o más lamentablemente, los cronistas de su tiempo) mira su cine como surrealista desde que hizo con Salvador Dalí «Un perro andaluz» y, a fuerza de luchar para zafar del apodo, ha aprendido a usarlo para lanzar cañonazos escudado en él. Buñuel no hace cine surrealista, eso se lo deja a Man Ray, Buñuel ha hecho Política desde la primera hasta la última de sus obras, y lo ha hecho de una manera tan avezada e ingeniosa que, como es normal en todo tiempo histórico, ha burlado la censura de un sistema miope que es incapaz de ver más allá de las narices de su presente. Para muestra este botón.
Luis Buñuel no es ningún mago de lo onírico, lo absurdo o lo surreal, Buñuel es el cineasta de lo obvio. Tan evidente es su puesta en escena, su planteamiento dramatúrgico que, al no estar acostumbrados a que el arte nos muestre las cosas en su literalidad, estas toman un caris inconexo que nos descoloca: Toda guerra es un absurdo, pues nos muestra una escena absurda de la post-guerra. Todo deseo es una proyección mental sobre un sujeto u objeto, entonces nos muestra ese sujeto tal y como la mente desearía verlo. Todo sueño es la representación del subconsciente sobre aquellas obsesiones conscientes, pues que mejor que filmar directamente esas obsesiones interactuando en la realidad.
El mundo que percibimos es el mundo de la metáfora por antonomasia, la propia realidad lo es, nuestra percepción de lo real pasa por la distorsión ocular que las ondas de luz nos transmiten en forma de objetos, volúmenes y espacio vacío, más allá de eso toda verdad es un misterio tan infinito como las percepciones del universo. Esa base filosófica cognitiva es la premisa del cine de Buñuel; filmar no la metáfora, sino la deformación aberrante de lo real, y en ese espejo deformante mostrarnos al ser humano y su circunstancia.