Hay algo en la obra de Artavazd Peleshyan que no se parece a nada, que expele todo convencionalismo y lo hace de manera silente y a la sombra, sin la alharaca vacua del charlatán contemporáneo. Pocos artistas tienen el don de la transmutación, aquel que transforma lo efímero en eterno y lo eterno en efímero. Si ese don fuese una manera de mirar, y el oficio del artista consistiese en reorganizar los fragmentos de esa mirada, Peleshyan sería un elegido.
“Vida” es una de esas obras maestras que traspasa todo aquello que toca. Concebir con profunda sencillez un tema como el nacimiento a la vida es algo difícil de imaginar y digno de aplaudir. Sobretodo en tiempos donde lo etéreo se considera fútil y lo espectacular memorable.
Lograr con tan pocos recursos la elocuencia de una filosofía tejida de encanto es algo que conmueve hasta la médula. Pocas películas —y esta dura poco más de seis minutos— han exaltado con tanta devoción por la belleza el poderío universal de la mujer para engendrar vida.
Ahí donde el más vulgar de los aprendices de mago se apresuraría a mostrarnos el descarnado acto de parir, Peleshyan nos tapa los ojos con hermosos rostros de sufrimiento… y de amor infinito. Consumar el rito para perpetuar el mito. La grandeza del hombre en su pequeñez efímera. El Universo abriéndose en canal para dar origen a una estrella que nace a la negritud de la vida. El círculo y la espiral. La parábola del tiempo. La fragilidad y lo absoluto.
…Es posible descubrir el movimiento secreto de la materia. Estoy convencido de que el cine es capaz de hablar el lenguaje de la filosofía, la ciencia y el arte. Puede que esta fuera la unidad que buscaron los antiguos.
dijo en una entrevista con Le Monde en 1992.
Nacido en Armenia (1938) y formado en el mítico VGIK (Instituto de cinematografía de Moscú) Peleshyan es considerado uno de los maestros del cine contemporáneo. Sergei Parajanov lo llamó “uno de los pocos genios auténticos del arte cinematográfico.” La obra de Peleshyan es escasa y de corta duración. Nunca ha rodado un largometraje, sus trabajos fluctúan entre cortos y mediometrajes, y su estilo —registro directo de lo real— ha encasillado su obra (de manera imprecisa) dentro del documental. Si bien su pieza más conocida es “Las estaciones del año” (1975), es su penúltimo trabajo —hasta la fecha— “Vida” el que mejor sustenta el marco teórico de su obra cinematográfica.
Fusionada hasta su ADN con el Offertorio del a Misa de Réquiem de Giuseppe Verdi, Vida es una pieza única de relojería extinta. Su precisión rítmica y la depuración de su montaje distante (concepción teórica desarrollada por Peleshyan) hacen de este cortometraje una elegía irrepetible e inimitable.
Para mí, el montaje distante, abre los misterios sobre el movimiento del universo. Puedo percibir cómo todo fue hecho y ensamblado, puedo sentir su rítmico devenir.