xzContemplar detenidamente las pinturas de Zhang Xiaogang (China, 1958) me produce siempre una sensación de paz. Una paz cercana a la melancolía, pero no una melancolía hermana de la tristeza sino más bien hija de la nostalgia, al fin y al cabo todos estos sentimientos son familia.

Me encontraba buscando imágenes de Jenny Saville —de quién hablaré en otro momento— porque quería hallar en su pintura alguna obra que reflejase el estado de ánimo convulso y espeso que me embargaba esa tarde, y me topé por casualidad con la obra de Xiaogang, un pintor al que no había vuelto desde hacía muchos años en que tuve la oportunidad de ver algunos de sus cuadros en Berlín. Y ahí estuvo de nuevo, esa quietud apacible que me produce siempre ver su obra. Me relajé y comencé a disfrutar de su arte. Me permití entrar en ese tiempo suspendido, disfrutar de esa paleta exquisita y monótona que hace reconocible casi de inmediato su obra, presenciar en silencio la inquietante solemnidad que yace detrás de esos ojos anodinos, pero sobretodo me dejé cautivar por esa Gran Familia que compone su serie titulada Bloodline.

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Sobre Bloodline, Zhang Xiaogang señaló alguna vez:

Intento crear un efecto de ‘falsas fotografías’, para volver a embellecer las historias y vidas ya embellecidas. (…) La superficie de los rostros de estos retratos parece tan tranquila como el agua sin gas, pero en el fondo hay una gran turbulencia emocional.

 

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Y es eso precisamente lo que ocurre al contemplar esos rostros. Es como mirar de frente los ojos de la Historia y no encontrar respuestas, tan sólo preguntas. Xiaogang ha sabido fundir al sujeto con su historia en un retrato familiar; tan decidor el uno acerca del otro, tan cómplices de una verdad oculta tras el velo ceniciento de sus miradas. Padres e hijos, hermanos y hermanas, pequeños soldaditos, jóvenes militares, juventudes revolucionarias, médicos, enfermeras, trabajadores o viajantes, todos conforman a un solo individuo y, a la vez, a un pueblo inmemorial con su historia impresa como una mancha en la tez.

En el interior de este estado de conflicto —habla de los rostros— se desencadenan destinos oscuros y ambiguos que las personas cargan de generación en generación.

 

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La Revolución Cultural China, de la que fue parte en su infancia, marcó indefectiblemente la obra de Xiaogang, desde la temática hasta la cromática pasando por el figurativismo fotográfico que partió —según cuenta— de una fotografía de su madre cuando era una mujer joven y atractiva sobre la que pesaba la sombra de la enfermedad y la esquizofrenia.

Desde Bloodline la obra de Zhang Xiaogang no ha perdido nunca esa delicada ambigüedad entre lo terrenal y lo psicológico, entre lo privado y lo público del ciudadano anónimo. De sus cuadros pudiese decirse que se asemejan a un Chagall con la turbación existencialista de un Balthus, o quizá a un Balthus con la levedad atemporal de un Chagall, eso sí, pasados ambos por el régimen monocromo de Mao.

Para mí, la Revolución Cultural es un estado psicológico, no un hecho histórico. Está conectada directamente con mi infancia, así como creo que hay muchas cosas que conectan la psicología del pueblo chino de entonces con la psicología del pueblo chino de hoy.

 

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Pude ver una manera de pintar las contradicciones entre lo individual y lo colectivo y fue por esto que empecé realmente a pintar. Hay una compleja relación entre el Estado y el pueblo (Chino) que podía expresar mediante el uso de la Revolución Cultural. China es como una familia, una gran familia; cada uno tiene que confiar en el otro para poder confrontar a los demás. Con el tiempo el tema de la Revolución Cultural se hizo cada vez menos vinculado a mis pinturas y más a los estados de la mente de las personas.

 

Bloodline, serie que empezó a mediados de los noventa, ha sido exhibida en todo el mundo, incluyendo Brasil, Francia, Australia, Reino Unido y los EE.UU. Zhang Xiaogang es el artista contemporáneo chino de mayor venta y uno de los favoritos de los coleccionistas extranjeros, llegando a ostentar en el 2011 el record por la pintura más cara que se haya vendido en una subasta en Hong Kong: 10 millones de dólares por el tríptico: Forever Lasting Love (1988).

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